Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero.
Supóngase que usted está caminando por la espesura de un bosque y se sale del camino y se pierde. Cae la noche y se torna frío y oscuro. Usted no tiene ni comida ni agua. Comienza frenéticamente a dar tumbos a ciegas y sin sentido de dirección. El miedo le consume pensando: “quizás nunca conseguiré regresar al camino.”
Entonces sus ojos ansiosos ven una luz a la distancia. Se da cuenta de que: ¡Alguien me está buscando! La luz se aproxima y usted grita: “¡Estoy aquí!” Usted oye la respuesta: “¡Siga gritando!” Momentos después aparece su rescatador: un guardabosques que conoce el bosque y sabe el camino de vuelta. Con paso firme le guia de regreso. Ya cuando están a la puerta de su casa él le dice: “Ya usted está a salvo.” Usted observa su rostro amable y paternal, y totalmente aliviado responde de la única manera posible, con profunda gratitud, preguntándole: “¿cómo se lo puedo pagar?…” sabiendo que no hay dinero suficiente para pagar lo que él había hecho.
De la misma manera, nuestro Padre celestial nos rescató. Nuestra situación era incluso más desesperada de lo que hubiéramos imaginado. No había manera de salir de ella por nuestros propios esfuerzos. Entonces, Él vino personalmente y nos llevó a casa, redimiéndonos de peligro mortal.
Nuestra única respuesta razonable es amarle con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas. De hecho, un mensaje central de la Biblia es que fuimos creados para un solo y grandioso propósito: recibir el amor de Dios y corresponderle, amándole. ¡Es una calle de dos vías!
Dios nos ha rescatado de algo. ¿De qué lo ha rescatado Dios a usted? ¿Desea hablar con alguien sobre esto?