Nacido en Navidad, vivo Por Siempre
El nacimiento de Jesús fue milagroso en más de una manera.
En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio.
Al igual que cualquier otro humano, Jesús tuvo un cumpleaños (que es lo que los cristianos celebran en Navidad) y vino al mundo como un bebé. Pero ahí es donde termina la similitud. A diferencia de las demás personas, la existencia de Jesús no comenzó el día de Su nacimiento.
Desde el Comienzo
Cada uno de los cuatro Evangelios ofrece un recuento único de la vida de Jesús. El Evangelio de Marcos comienza con Jesús iniciando su ministerio público. Mateo y Lucas comienzan con genealogías.
Pero Juan va mucho, muchísimo más atrás, al mismísimo comienzo de todo. Él escribe:
“En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio.” (Juan 1:1-2 NVI)
Es difícil de entender, pero Dios vive fuera del tiempo y del espacio. Nadie creó a Dios; Él siempre ha existido. Y Jesús, llamado “el Verbo” o “la Palabra” en este pasaje, existió con Dios en el principio.
Él es el Creador
En caso de que quedara alguna duda, Juan continúa diciendo:
“Por medio de Él todas las cosas fueron creadas; sin Él, nada de lo creado llegó a existir.” (Juan 1:3 NVI)
El mundo; todo a nuestro alrededor, todo lo que podemos ver y también lo que no vemos, fue creado por Dios el Padre y por Jesús (y como nos dice Génesis 1:2, el Espíritu Santo también estaba allí).
Esto está confirmado en Hebreos: “Y ahora, en estos últimos días, nos ha hablado por medio de su Hijo. Dios le prometió todo al Hijo como herencia y, mediante el Hijo, creó el universo.” (Hebreos 1:2)
Él salió de la Eternidad - La Encarnación
Entonces, Jesús el Hijo, ya existía desde siempre. Pero en aquel fatídico día, Él salió del infinito y entró en la historia humana. Este es un misterio asombroso, que el Dios que existía fuera del tiempo y del espacio ahora se había reducido de alguna manera para ocupar un espacio diminuto, en un momento definido en el tiempo.
Es por esto que los ángeles se alegraban, porque habían sido testigos de uno de los milagros más grandiosos de Dios, el cual se hace referencia como “la encarnación”. Un poco más adelante en el evangelio de Juan leemos: “Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre.” (Juan 1:14)
Finalmente, el anhelo de Israel iba a ser cumplido. El Dios Creador, que durante milenios había hablado rara vez, y solo a unos pocos seleccionados, ahora era uno de nosotros. La tremenda brecha entre Dios y el hombre, una brecha que había existido desde la caída de la humanidad, estaba siendo cerrada.
Él Vino con un Propósito
Dios se convirtió en hombre para revelarse de una manera más completa a nosotros. Jesús le dijo a los discípulos en Juan 14:9: “¡Los que me han visto a mí han visto al Padre!”
Pero lo que es aún más importante, Jesús tomó forma humana, se convirtió en uno de nosotros, para poder salvarnos de nuestros pecados. Él se convirtió en nuestro sumo sacerdote, nuestro mediador ante Dios:
“Por lo tanto, era necesario que en todo sentido él se hiciera semejante a nosotros, sus hermanos, para que fuera nuestro Sumo Sacerdote fiel y misericordioso, delante de Dios. Entonces podría ofrecer un sacrificio que quitaría los pecados del pueblo.” (Hebreos 2:17)
Pero Jesús no fue solo el sacerdote que ofreció un sacrificio por nuestros pecados. El fue el sacrificio, o como dijo Juan el Bautista: “¡Miren! ¡El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” (Juan 1:29) Pedro nos dice: “Él mismo cargó nuestros pecados sobre su cuerpo en la cruz, para que nosotros podamos estar muertos al pecado y vivir para lo que es recto. Por sus heridas, ustedes son sanados.” (2 Pedro 2:24)
Pablo resume la encarnación y su propósito al decir que Jesús: “renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz.” (Filipenses 2:7-8)
Por lo tanto, en Navidad celebramos la llegada de no cualquier otro humano; no el nacimiento de cualquier otra gran persona. Miramos con asombro y nos maravillamos ante el milagro de ver a Dios convirtiéndose en hombre. Nuestros corazones rebosan de agradecimiento porque Jesús se despojó de todo, se humilló a Sí mismo y murió por nosotros, para que podamos tener vida eterna.
Ore esta semana:
Gracias, Señor Jesús, que dejaste Tu trono celestial, habitaste un cuerpo humano frágil, y moriste en una cruz para perdonar mis pecados. Te alabo porque Tu resucitaste de entre los muertos, ahora estás en el cielo y pronto regresarás para llevarnos contigo.
¿Le gustaría saber más sobre cómo recibir al Cristo de la Navidad en su corazón?